martes, abril 22

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"Dans une ville si petite qu'il n'y a pas échapper à vous

Dans une ville si petite qu'il n'y a pas d'échapper à vue
Dans une ville si petite qu'il ne reste rien à faire"

Hace cuatro años falleció mi abuela entre la agitación extrema y movimientos diurnos de camillas; las calles siguen el mismo ritmo que cuando ella estaba viva, las ventanas dejan entra un poco más de luz, pero todo se mantiene en una penumbra eterna, una que nadie termina de disipar. todos tenemos la certeza de la muerte, solo que en mi familia, sigue una regla estricta: los años que no vivas, se pasan directo al primogénito, y viceversa. mi abuelo abusa de todo lo que ha sucedió, mi padre por su parte se ha dejado de lado esa discusión, no quiero ser yo quien viva sus años, ni quien malgaste las mañanas caminando con el fresco y el olor a hierbas. no quiero ser el de las rutinas disparatadas y las ocurrencias matutinas, pues aún le queda rato a todo eso y no quiero darle una tajada en el momento menos indicado.

Fuera del ritual absurdo de dejar de existir, hay un sentimiento de unión que nos mantiene al borde del abrazo. ¿Se han perdido en algún piso de hospital mientras buscan a un familiar? hay personas que no reciben visitas, no porque no lo quieran, pero te miran con sorpresa como queriendo que no hubieras errado, algunos piden que les acomodes la almohada o que les alcances la biblia; pocas veces quieren que les busques a una enfermera, pues las enfermeras siempre son diferentes, han pasado tanto tiempo ahí, que todo es parte de un trabajo.


Otras veces, en distintos tiempos, me ha dado la necesidad de salir por un cigarrillo; los semáforos se mantienen sincronizados aún y cuando los vehículos no lo hacen del todo. las calles son como pequeñas capillas donde los indigentes llevan las plegarías que acumularon durante el día. al final de todo, no hay soledad más grande que la de dos memorias que se encuentran por casualidad, y queriendo olvidarse, pretenden no verse.